Maria Angélica sumió su papel de residente con la acti-tud de quien está en una residencia presencial. Incluso desde las conversaciones previas, antes de dar inicio a su estadía, entablamos una relación invitado-anfitrión enriquecedora que hizo su presencia palpable, y matamos la ausencia de contacto físico por medio de conversaciones por el direct o Whatsapp, como si fuera una sala o una cocina, mientras tomábamos café o compartimos una comida a distancia para resolver inquietudes y discutir sobre sus procesos y sus planes.
La artista ocupó el espacio de Instagram con una serie de animaciones digitales que ilustraban la historia de conceptos intangibles como invisible, pulsión, impalpable, ominoso, desapego o conflicto, entre otros, que dejaban un loop de pensamientos que pulsaban entre la imagen y el texto. Cada post respondía a una rutina autoimpuesta de hora y formato que incluía: número, descripción, día, hora y lista de hashtags, e iba acom- pañado de una serie de stories que funcionaban como re-posts y reforzaban las tensiones entre la imagen y el texto.
Su residencia tuvo la magia del contacto, la conversación permanente y la información compartida; la fascinación del qué y el cómo, la mística del tiempo capicúa, el compromiso real en lo virtual, y el encanto del rito y el augurio.